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La fibra de carbono biológica puede ser el futuro del ciclismo

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Fibra de carbono biológica: cambiar petróleo por árboles

La fibra de carbono que todos conocemos se consigue a partir del poliacrilonitrilo, una sustancia que a su vez procede del petróleo. Este se calienta a temperaturas altísimas en ausencia de oxígeno, de manera que se extraigan todos los átomos que no sean de carbono. Así se generan unos finísimos filamentos de entre 5 y 10 micras (una décima parte del grosor de un cabello humano) que resultan 5 veces más resistentes que el acero y el doble de rígidos.

Pero ahí no acaba la cosa: entonces hay que unirlos por medio de un polímero (un plástico, al fin y al cabo) que actúa como pegamento, y al que también hay que someter a presiones y temperaturas extremas para que adquiera sus propiedades. Como puedes ver, todo esto implica no solo el uso de combustibles fósiles como materias primas, sino también ingentes cantidades de electricidad y un proceso muy complejo y costoso; lo que, por cierto, explica los altos precios de estas bicis, y que se trate todavía de un sector minoritario: la producción mundial es de apenas 150.000 toneladas al año, por unos 1.800 millones de toneladas de acero.

Pero volviendo al impacto ecológico, el año pasado, Trek presentó su primer Informe de Sostenibilidad, y en él afirmaba que una bicicleta de carbono conlleva el triple de emisiones de CO2 que una de aluminio. Y eso que la del aluminio ya es una industria electrointensiva, no precisamente limpia. Ante esta situación, diversas compañías e instituciones están buscando alternativas más ‘verdes’ para reducir las emisiones, pues no solo las bicicletas se han hecho ‘adictas’ al carbono en los últimos años. Coches, aviones, helicópteros o molinos eólicos ya utilizan piezas de este material, e incluso se está probando en la construcción.

Y el foco está puesto en lo que se llama fibra de carbono biológica; es decir, aquella que proviene de plantas, en lugar de ser un derivado del petróleo. Una de las posibilidades más avanzadas está en la lignina, que es uno de los compuestos que dan resistencia a los troncos de los árboles.Resulta que, además, la lignina es un subproducto de la fabricación de pulpa de papel, por lo que su extracción sería muy barata y sostenible (es más, una de las empresas que está desarrollando estas tecnologías es la papelera sueca Stora Enso, con su NeoFiber). Digamos que ya ‘está ahí’, pero no se aprovecha.

Una fibra de carbono más limpia… ¿y más barata?

Pero no es esa la única ventaja de la fibra de carbono ‘bio’. También permitiría reducir las emisiones necesarias para su tratamiento entre un 20% y un 30%, según el Instituto Alemán para la Investigación en Textiles y Fibras de Denkendorf (cerca de Stuttgart), que es uno de los que está implicado en esta nueva revolución. Eso significa que seguiría siendo el doble de ‘sucia’ que el aluminio, pero el progreso sería enorme.

Incluso podría conseguir que el precio final del material bajara; y la actual alza en los precios del petróleo y la energía no hacen más que reforzar esa idea. Otra tecnología que aspira a lograrlo, como ya te contamos hace unos años, es el carbono grafítico.

Por último, tenemos que considerar los impuestos y las sanciones que muchos gobiernos ya preparan para las industrias que generan más emisiones. Lo que podría impulsar a muchos a buscar alternativas en los próximos años. Sin ir más lejos, otra empresa que está investigando es la multinacional química Solvay, que  anunció un acuerdo con la empresa especializada Trillium para empezar a producir fibra de carbono a partir de acrilonitrilo, que también proviene de plantas. Por cierto, como consecuencia inesperada, esto podría animar a muchos a seguir los pasos de Bianchi, y volver a traer a Europa la fabricación, acabando con el cuasimonopolio asiático.

No obstante, no es oro todo lo que reluce. Según el instituto alemán citado antes, por ahora el carbono biológico que se ha conseguido fabricar es de menor calidad que la derivada del petróleo. Así que aun no está preparada para utilizarse en bicicletas, sino que se emplearía en aplicaciones de espectro medio-bajo. Por ejemplo, Stora Enso (junto con su socio, Cordenka) pretende destinar la suya a la industria eólica, que supone el 20% del mercado del carbono.

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